Esa vida perfecta que no existe.

Cada día  miles de sonrisas salen de mi cuerpo quebrado y sin vida aparente. Me pregunto si valgo algo, cuando unas risas de niños jugando en la calle me empujan a mirar por la venta y a observar lo felices que son, cuando yo les digo que no desaprovechen todo eso, que no deseen ser mayores, que todo llega y que tarde o temprano serán unos adultos con sus familias, y sus vidas perfectas. 
Seguido me dirijo hacía el sofá, me tapo con la manta y mientras como un helado de chocolate empiezo a recordar momentos en los que yo era una niña.
Cuantas risas, y cuantos juegos, cuantos ''ya no juego''. Añoro esos momentos. Añoro esos escondites.
Y es que ahora ya no jugamos por jugar, sino jugamos con los sentimientos, que si alguna vez jugamos al escondite es para escondernos de la realidad, o te escondes tu y esa persona especial bajo la cama mientras os llenáis de besos y caricias.
Cuantos pilla-pilla, cuanto tiempo sin perder y cuanto tiempo perdido. Cuantas lágrimas derramadas por que mamá no ha querido comprarnos ese juguete que no necesitábamos para nada, solo por capricho, y en algo si que no hemos cambiado, no hemos cambiado en lo caprichoso, somos caprichosos hasta ya no poder más, queremos cosas que no necesitamos, y en el fondo lo sabemos pero no queremos darnos cuenta.
El amor, el amor si que es algo que no queríamos de pequeños, solo lo veíamos en las películas, esas películas en las que las princesas encontraban su príncipe azul, y supongo que algo de culpa tienen esas películas ''perfectas'' nos empujan a querer nuestro príncipe, y no nos damos cuenta que eso no existe, a no ser que sea un príncipe gris o un príncipe negro, el caso es que esta sociedad loca nos obliga a buscar la vida perfecta, esa vida perfecta que no existe.